‹ voltar



A Missa celebrada apressadamente (Por Santo Afonso Maria de Ligório)

 

(Título original: La Misa atropelada. Escrito por Santo Alfonso María de Ligorio. 1857)

Texto em Espanhol.

 

Cómo edifica la exacta observancia de las rúbricas.

Nótese ahora que los sacerdotes que celebran de modo tan indigno pecan, no sólo porque cometen grave irreverencia contra el santo sacrificio, sino a la vez porque escandalizan gravemente al personal que asiste a la misa. Así como el santo sacrificio celebrado devotamente infunde gran devoción y veneración, de igual manera celebrado irreverentemente hace perder el concepto y veneración que le son debidos. Se cuenta de San Pedro de Alcántara que una sola de sus misas, celebrada con el fervor que le caracterizaba, hacía más bien a las almas que los sermones de los predicadores de la provincia donde se hallase. Dice el concilio de Trento que la Iglesia al instituir las ceremonias no se propuso más fin que el de inspirar a los fieles la veneración debida al sacrificio del altar y a los sublimes misterios que encierra.

Cómo escandaliza la inobservancia de las rúbricas.

Estas ceremonias, desempeñadas negligentemente y con precipitación, lejos de inspirar, hacen que los seglares pierdan toda veneración hacia tan santo misterio. Las misas celebradas con poca reverencia dan pie para que el pueblo haga poco caso del Santísimo Sacramento, y como dice Pedro Blesense de Blois: «De la desordenada e indisciplinada muchedumbre de sacerdotes proviene hoy día que se llegue a menospreciar el venerable Sacramento de nuestra redención». Por esto el concilio de Tours, celebrado en el año 1.583, ordenó que los sacerdotes estuviesen bien instruidos en las ceremonias de la misa, dando para ello esta notable razón: «No sea que aparten de la devoción al pueblo a ellos encomendado, antes de inducirlo a la veneración de los misterios».

¿Cómo pretenderán, pues, los sacerdotes con tan indevotas celebraciones alcanzar perdón de sus pecados y gracias de Dios, si al tiempo de ofrecerlas le ofenden, causándole más deshonra que honor? «Con la celebración del sacrificio, dice el papa San Julio, se borran los pecados; y ¿qué se podrá ofrecer al Señor en expiación de los pecados cometidos hasta en la oblación del sacrificio?» Ofendería a Dios el sacerdote que no creyese en el sacramento de la Eucaristía, pero le ofende aún más el que, creyendo en él, no le tributa el debido respeto, por ser causa de que aquellos que le ven celebrar con tan poca reverencia pierdan la que conservarían si obrara él de otro modo. Los judíos respetaron a Jesucristo al principio de su predicación; pero cuando vieron cómo lo despreciaban los sacerdotes, perdieron el buen concepto que de El tenían y acabaron por gritar con los mismos sacerdotes: Quita, quita; crucifícale. Y así también hoy los seglares, viendo el atropello y ligereza con que los sacerdotes celebran la misa, le pierden el respeto y veneración.

La inobservancia de las rúbricas quita la fe a los asistentes.

Como antes dijimos, la misa celebrada devotamente inspira devoción a cuantos la oyen, al paso que la atropellada hace que se pierda la devoción y casi la fe. Cierto religioso muy digno de fe me refirió un hecho terrible a este respecto, que relata también el P. Serafín María Loddi, dominico, en su opúsculo titulado Motivos para celebrar la misa sin precipitación, etc.

Había en Roma un hereje resuelto a abjurar, como había prometido al Sumo Pontífice Clemente XI; mas luego que vio en cierta iglesia celebrarse una misa indevotamente, se escandalizó hasta el punto de que fue al Papa y le anunció que ya no quería abjurar, porque estaba persuadido que ni los sacerdotes ni el Papa creían en los dogmas de la Iglesia católica. El Papa le respondió que por la falta de devoción de un sacerdote o de muchos sacerdotes descuidados no se podían poner en tela de juicio las verdades de la fe enseñadas por la Iglesia, a lo que aludió el hereje: «Si yo fuese papa y supiera que había un sacerdote que celebrase con tamaña irreverencia, lo haría quemar vivo; pues bien, como veo que hay en Roma sacerdotes que celebran tan indignamente,

y hasta en presencia del Papa, y no se les castiga, me persuado de que ni el Papa cree»; y así diciendo, se despidió y permaneció obstinado en la voluntad de no abjurar. He de añadir a este propósito que esta misma mañana cierto seglar, mientras me hallaba yo escribiendo la presente obrita, luego de oír una misa celebrada de esta forma, no pudo menos de decir a un compañero de nuestra Congregación, que me lo ha contado: «A la verdad que estos sacerdotes con tales misas nos hacen perder la fe».

Escuchemos las quejas que este lamentable escándalo arranca al piadosísimo cardenal Belarmino, citado por Benedicto XIV en su Bulario: «Otra cosa muy digna de lágrimas irrestañables es la negligencia o perversidad de ciertos sacerdotes cuando celebran con tanta irreverencia, que se diría no creen en la presencia real de la Divina Majestad en la hostia consagrada. En efecto, hay sacerdotes que celebran sin atención, sin fervor, sin respeto y con increíble apresuramiento, como si no creyesen que Jesucristo está realmente presente en sus manos o pensasen que no les ve».

¡Pobres sacerdote! El Santo P. Juan de Avila, al oír que cierto sacerdote acababa de morir después de haber celebrado una sola misa, exclamó: ¡Harto habrá tenido que responder a Dios por esa misa! ¿Qué no hubiera dicho de los sacerdotes que la celebran durante treinta o cuarenta años escandalosamente?

Castigo terribles.

Cuentan los Anales de los P.P. Capuchinos el siguiente terrible caso a propósito de la misa atropellada. Erase cierto párroco que celebraba con toda rapidez y sin el menor respeto. Un buen día, al entrar en la sacristía luego de la celebración, lo reprendió fuertemente el P. Mateo Barssi, general de los capuchinos, diciéndole que su misa, lejos de edificar, escandalizaba a los fieles, por lo que le rogaba que la celebrase con debida gravedad o que, al menos, dejara de celebrarla para no volver a dar al pueblo el escáhabían aunado para impedir la conversión de este sacerdote y que, obtenida la victoria, en señal de triunfo habían desencadenado talndalo que daba. De tal modo se enfadó el párroco con aquella reprimenda, que se despojó apresuradamente de las vestiduras sagradas y corrió tras el religioso para darle a entender su resentimiento, y, no hallándolo, se retiró a su casa, en la que muy luego fue asaltado por ciertos enemigos suyos y quedó tan malamente herido, que murió el desgraciado infelizmente en el espacio de una hora. Entonces se desencadenó tan fiera tempestad de vientos huracanados, que desarraigaba las encinas seculares y lanzaba por los aires a los rebaños. Se oyó luego a un poseso exclamar que todos los demonios de los contornos se tempestad.

Grave responsabilidad que incumbe a los superiores eclesiásticos.

No acierto a comprender cómo los párrocos y a quien esto incumbe se forman la conciencia para permitir la celebración en sus iglesias a los sacerdotes que lo hacen con tamaña irreverencia. El P. Pasqualigi no les excusa de pecado grave. He aquí sus palabras: «Los superiores eclesiásticos, tanto regulares como seculares, pecan mortalmente cuando permiten que sus súbditos celebren con sobrada precipitación, porque en virtud de su cargo están obligados a velar por que la misa se celebre de modo conveniente». Y está fuera de duda que los obispos están obligados a prohibir la celebración, sin acepción de personas, a semejantes sacerdotes, como lo preceptúa el concilio de Trento al hablar de la misa: «Decreta el santo sínodo que los ordinarios de los lugares han de cuidar diligentemente y están obligados a impedir todos estos abusos, resultado de una irreverencia tan rayana de la impiedad que apenas si se puede distinguir de ella». Nótense las palabras han de cuidar diligentemente y están obligados a impedir, de las que se deduce que los prelados están obligados a velar y hasta a informarse diligentemente sobre el modo con que se celebran las misas en sus diócesis, y deben suspender de la celebración a los sacerdotes que la celebraran sin debida reverencia.

Y hasta los regulares caen también bajo esta ley, «porque, añade el concilio de Trento, los obispos, como delegados de la Sede Apostólica, tienen que adoptar todos los modos para prohibir, ordenar y corregir, aun con censuras y otras penas», para que la misa se celebre debidamente.

San Alfonso María de Ligorio.

Visto em: https://ejercitoremanente.com/2024/10/21/sacerdote-tu-misa-es-rapida-y-veloz-o-es-catolica/

Busca


Sexta-feira, 27 de Dezembro de 2024










Mulher Vestida de Sol